Por
Catalina
Pantuso
catalina@octubre.org.ar
Libro: José
Ignacio Rucci. Autor:
Luís Fernando Beraza. Editorial: Vergara. 304 páginas.
Año 2007
Si
bien José Ignacio Rucci fue un protagonista central de la política
argentina de la década del ’70 nadie se había ocupado
de él en profundidad. Será tal vez porque sacrificó su
vida por la unidad, porque su brutal asesinato sigue impune, porque las contradicciones
que este hecho generó dentro del peronismo aún están
vigentes y porque su muerte fue el preanuncio del final de una época
y el comienzo de otra.
Estas
son algunas de las razones para que la biografía escrita por Luís
Fernando Beraza sea un aporte sustancial a la interpretación de la
historia reciente de los argentinos. Sin estridencias políticas, con
un enorme bagaje bibliográfico, una escritura clara y una construcción
teórica esmerada, este libro se convierte en un material imprescindible
para comprender el presente.
El autor
es historiador e investigador, por lo tanto su libro excede en mucho el género
biográfico. Más bien es un excelente estudio sociológico
donde el hilo conductor es la vida de un obrero metalúrgico que se
convirtió en el arquetipo del trabajador y del dirigente sindical argentino
de mediados del siglo XX.
La seriedad
de la investigación, las múltiples fuentes de información
y los testimonios directos que presenta demuestran que en la persona de Rucci
se sintetizan muchas conductas que caracterizaron las luchas de la “columna
vertebral del peronismo” y que en estos tiempos están muy devaluadas,
cuando no totalmente desconocidas. Lealtad a su clase social, a la cultura
argentina, a la organización gremial y por sobre todas las cosas la
lealtad al líder de los trabajadores Juan Domingo Perón. Será
por eso que su figura no había merecido, hasta ahora, mayores recuerdos
que los afiches pegados en las calles por la Unión Obrera Metalúrgica
(UOM) y la Confederación General del Trabajo (CGT) cada 25 de septiembre,
al cumplirse un año más de su homicidio.
“José metalúrgico”
Esta
investigación relata los pormenores de la vida de un descendiente de
inmigrantes del sur de Italia que llegó a ser un protagonista fundamental
de una de las últimas estrategias de Perón: la implementación
del “Pacto Social”, que permitió a los trabajadores alcanzar
el mayor nivel histórico en el reparto de la riqueza.
José
Ignacio Rucci nació en 1924 en un puesto de la estancia “La Esperanza”,
en la localidad de Alcorta, un pueblo que se desarrolló gracias al
tendido de la red ferroviaria y que se ganó un lugar en la historia
de nuestro país por las rebeliones rurales del de comienzos del siglo
XX. De orígenes muy humildes terminó la educación primaria
y continuó sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios al tiempo
que ayudaba a su padre en las tareas rurales. Fue uno de los millones de jóvenes
que, ante el desarrollo industrial, abandonaron el campo para incorporarse
al nuevo proletariado.
Viajó
a la Capital Federal gratis, en el camión del diario “El Mundo”,
y empezó desde bien abajo; alquiló una pieza en el barrio de
Boedo y consiguió su primer trabajo en una confitería la zona
de Flores y al poco tiempo obtuvo sus primeros ascensos: primero a mozo de
mostrador y después como ayudante de cajero.
Pero Rucci
tenía formación profesional y no se sentía a gusto como
gastronómico. Logró entrar, para desempeñara tareas subalternas,
en La Ballester-Molina, una fábrica nacional que producía armas
automáticas. Es allí donde, a los 22 años, comenzó
a ejercer su oficio de metalúrgico como “tornero a revólver”
y conoció a Hilario Salvo, un dirigente de la recién fundada
UOM. Fue uno más de los miles de obreros que concurrieron a la Plaza
de mayo el histórico 17 de octubre de 1945. Dos años después
será elegido como Delegado de fábrica, cargo que desempeñó
hasta 1953, cuando se produjo el golpe militar de 1955 era el conductor de
un grupo que manejaba un sector importante de la Compañía Argentina
de Talleres Industriales y Anexos (CATITA), fábrica de la que habían
surgido varios creadores de la UOM.
Si bien
Beraza no profundiza en la vida personal Rucci consigna algunos datos sustanciales
tales como el casamiento con Nélida Blanca Vaglio, una mujer de origen
humilde, que organizó el sindicato en Radio Serra y que posteriormente
también fue elegida delegada de la fábrica.
El libro
muestra como se van creando las fábricas que producen la primera industrialización
liviana y también como, simultáneamente, se va conformando el
nuevo sindicalismo argentino. En todo momento se explicitan las contradicciones
y luchas entre las diversas ideologías (comunistas, trotskistas e “independientes”),
sintetizadas en peronismo-antiperonismo, que se daban en el seno de los gremios
y también el la CGT.
La pequeña
figura de Rucci cobra gran relevancia. Será la Resistencia Peronista
su principal escuela de militancia político-sindical; fue encarcelado
en varias oportunidades por ser orador en los actos que desafiaban el Decreto
4161, que prohibía cantar la marcha peronista o nombrar a Perón;
Congresal de su gremio ante la CGT; partícipe destacado en la conformación
de las 62 Organizaciones Peronistas.
Llegó
ser Secretario de Prensa de la UOM, cuando Augusto Timoteo Vandor se desempeñaba
como Secretario General; renunció a su cargo porque era demasiado duro
para la línea política que quería imponer éste
dirigente. Posteriormente se destacó también por su eficaz gestión
como interventor, nombrado por el gremio, de la seccional de San Nicolás
a mediados de los años ‘60, gestión que lo posicionó
como un sindicalista de primera línea.
Nada sin Perón

Con un
lenguaje claro, despojado de calificativos, el autor sintetiza a lo largo
de cinco capítulos los hechos que consolidaron el poder del movimiento
obrero organizado, liderado por los dirigentes peronistas.
A la
mitad del libro comienza la parte donde Rucci se convierte en uno de los actores
principales de la historia argentina. El gobierno de facto de la “Revolución
Argentina” había intervenido nuevamente la Central Obrera, para
terminar con esta situación, se convocó al Congreso de Normalización
(2 de Julio de 1970), este evento encontró a los trabajadores divididos
en la CGT (de Azopardo) y la CGT de los Argentinos.
El objetivo
de dicha reunión era escoger al nuevo Secretario General con el consenso
de todos los congresales y fue Rucci quien fue electo mediante el voto de
544 delegados sobre 618 presentes. Votaron en su contra los denominados gremios
“participacionistas” (vandoristas) y los cordobeses que rechazaron
lo consensuado democráticamente, eligiendo el camino de la lucha de
clases y la toma del poder mediante la violencia. Dentro de ese contexto Rucci
levanta la consigna, “Nada sin Perón”,
logra desafiar el Gran Acuerdo Nacional propuesto por Lanusse y unifica las
fuerzas para conseguir el fin del exilio del Líder indiscutido de los
trabajadores.
La imagen
tomada al pie del avión, el 17 de noviembre de 1972, donde José
Ignacio Rucci toma del brazo a Perón y sostiene en alto un paraguas
para guarecerse ambos de la lluvia, simboliza la gesta más importante
que protagonizaron los trabajadores argentinos durante la última mitad
del siglo XX.
Beraza
analiza con excelente documentación las fuertes disidencias sindicales
de la época; dedica todo un capítulo a la polémica entre
Rucci y Agustín Tosco, dirigente del Sindicato Luz y Fuerza de la provincia
de Córdoba. En el capítulo “La guerra civil peronista”
aborda, con igual rigor, la lucha entre las denominadas “Tendencia Revolucionaria”
y “Derecha Peronista”. Los trabajadores, y la inmensa mayoría
del pueblo, aceptan sólo la conducción de Perón, pero
la tendencia muestra su desacuerdo al lazar la consigna “Conducción,
conducción Montoneros y Perón”. La tragedia está
planteada y su desenlace se anuncia en “Rucci traidor, a vos te
va a pasar lo que le pasó a Vandor”.
El autor
demuestra claramente que la oposición de la denominada “burocracia
sindical” que las organizaciones de ultraizquierda y la guerrilla peronista
resumían en la persona del Secretario General de la CGT, era sólo
una pantalla que reflejaba el verdadero enfrentamiento con Perón. En
varias oportunidades se detallan encuentros entre la organización Montoneros
y Lorenzo Miguel — principal dirigente de la UOM— quienes finalmente
llegaron a un acuerdo.
En
el centro de la escena
Cuando
el libro aborda los primeros meses del mandato de Héctor J. Cámpora
(marzo y junio de 1973) menciona que mientras la Tendencia ocupó muchos
cargos importantes dentro del gobierno nacional, el sindicalismo sólo
pudo designar al Ministro de Trabajo. Demuestra que gracias a los esfuerzos
y a la lealtad de José Ignacio Rucci pudo firmarse el Acta de Compromiso
Nacional (“Pacto Social”) entre la CGT, la Confederación
General Económica (CGE) y el Ministerio de Economía.
También
consigna la inmediata y frontal posición de la izquierda, que vio este
hecho como “una nueva orientación neo-colonialista” e interpretó
que la burocracia sindical estaba sustituyendo a la clase trabajadora tal
como las Fuerzas Armadas sustituían y representaban a la burguesía.
Al suspenderse las negociaciones paritarias los grandes gremios también
vieron afectado su poder y, si bien no criticaron el acuerdo de una forma
explícita, no estaban dispuestos a sostenerlo por un largo período.
Como es lógico suponer ni las grandes empresas, ni la Sociedad Rural
aceptaron el Pacto Social ya que atentaba contra la libertad de mercado.
Beraza
hace una síntesis de la situación ”Rucci quedaba en
el centro de la escena ganándose el odio de los más diversos
sectores, mostrando una vez más su lealtad a Perón”.
En el párrafo siguiente el autor cita las palabras del Secretario General
de la CGT quien dice: “Yo se que con esto estoy firmando mi sentencia
de muerte, pero como la Patria está por encima de los intereses personales,
lo firmo igual”.
Las señales
de la condena no se hicieron esperar, el asesinato de su secretario privado,
Osvaldo Bianculli, fue la primera. Los amigos se fueron distanciando cada
vez más y, por problemas de seguridad, no podía vivir normalmente
en su casa; estaba recluido en un cuarto dentro del edificio la CGT.
Quienes
jaqueaban al representante de los trabajadores argentinos —por ser funcional
al gobierno peronista— eran, mayoritariamente, integrantes de grupos
guerrilleros, en cuyas filas no había más de un 10% de trabajadores
fabriles o peones rurales. La inmensa mayoría eran jóvenes de
la clase media y estudiantes de la pequeña burguesía que habían
descubierto la lucha de la clase durante el Cordobazo (1969).
Vale la
pena leer detenidamente las numerosas citas que aparecen en este libro y que
ilustran sobre el pensamiento de quienes se autodenominaban como la vanguardia
de la guerra revolucionaria que continuaba sus acciones armadas con la intención
de agudizar las contradicciones del sistema en pleno gobierno democrático
y popular. Del análisis de los diversos testimonios y documentos que
se presentan puede verse con claridad que los jóvenes de La Tendencia
impulsaban un socialismo imaginario y una práctica militarista que
no era compatible con la propuesta de pacificación y unidad nacional
diseñada por Perón.
Ubicados
en el otro extremo los grupos ortodoxos del movimiento, interpretando que
contaban con el respaldo del Líder, desataron una ola de intimidaciones
y amenazas contra la izquierda peronista.
El valor y el precio de la lealtad
Un verdadero
mérito de esta investigación es ordenar la confusión
de los hechos y la contradicción de las informaciones. Se presenta
la polémica, no se justifica a ningún sector. Se muestra como
a medida que Rucci reforzaba su lealtad al General, perdía el apoyo
de los aparatos que se disputaban el poder.
Si bien
la izquierda lo estigmatizaba como el símbolo máximo de la burocracia
sindical, ni el aparato sindical que conducía Lorenzo Miguel,
ni el aparato político de López Rega, ni los sectores económicos
representados por José Ber Gelbard —que aceptaron el congelamiento
de salarios pero no de los precios— salieron en defensa del Secretario
General de la CGT. Con mucha lucidez Beraza dice: “Había
entrado en una especie de fatalismo, donde ser prudente y salvar la vida era
sinónimo de cobardía o de traición. A su esposa Coca
le comentaba, sin que ésta registrara lo que pasaba, con total fatalismo:
«Yo ya estoy jugado»”
El capítulo
denominado “El martirio” cierra la biografía. Antes de
relatar el crimen se realiza una síntesis del clima que se vivía.
Se rescatan hechos que no tuvieron mayor difusión, como por ejemplo
el telegrama de apoyo que Rucci envía a Salvador Allende, por la defensa
del orden constitucional contra el paro salvaje de los camioneros.
Ante el
rotundo triunfo de la fórmula Perón-Perón, el 23 de septiembre
de 1973, con el 62 % de los votos, Rucci festeja el resultado y anuncia el
“reinicio de la revolución justicialista interrumpida en
1955”. Alerta que el camino no será fácil, ni las
soluciones rápidas, “pero empezamos a andar y eso es lo importante”.
Su discurso no se limitaba a la decadencia económica, sino que también
aludía a la decadencia “espiritual y cultural”.
Estos hechos fueron suficientes para poner la fecha y dar cumplimiento de
la condena que con total frialdad y despliegue militar se llevó a cabo
dos días después.
El 25
de septiembre, pocos días antes de ver a Perón asumir por tercera
vez la presidencia, casi al mediodía, cuando estaba trabajando junto
un pequeño grupo de dirigentes sindicales en una vivienda prestada,
José Ignacio Rucci fue asesinado. Tenía sólo 49 años
y dejaba a Coca, su compañera de toda la vida, y dos hijos: Aníbal
de 14 años y Claudia de 9 años. El acusado de ladrón
y burócrata sindical dejó como única herencia una casa
en la Matanza y un auto usado.
Congruente
con la línea de trabajo que se impuso el autor, la pregunta ¿quiénes
fueron? queda sin una respuesta contundente. Sin embargo, recoge diversos
testimonios y comentarios en los que la conducción unificada de FAR
y Montoneros reconocen ser los autores intelectuales y materiales del hecho.
Cierra
esta obra un corto epílogo, sin golpes bajos ni mensajes reivindicatorios.
Se describe en aquí el dolor de Perón quien al dar el pésame
a la señora de Rucci le expresó: “Me mataron al hijo.
Me cortaron el brazo derecho”. También sintetiza toda una
trayectoria que convierte a este dirigente como un verdadero arquetipo de
los trabajadores argentinos: “En las calles de Flores quedaron para
siempre los recuerdos del boyero de Alcorta, del mozo de bar, del tornero
de Ubertini, del delegado peleador de CATITA, del fundador de las 62 Organizaciones,
del orador del Luna Park, del preso de Frondizi, del metalúrgico relegado
por Vandor, del duro organizador de de la Seccional San Nicolás, de
aquel que deseaba ‘mirar a los ojos de sus enemigos’ y que en
definitiva terminó asesinado por la espalda aquel 25 de septiembre
de 1973”.
A los
Montoneros les faltó coraje para asumir públicamente el asesinato
de Rucci, pero les sobró cinismo e imaginación para bautizar
la acción comando: “Operación Traviata”, haciendo
referencia los 23 agujeritos que tiene esta galletita, tantos como las balas
que impactaron en el cuerpo del sindicalista.
Notas relacionadas:
"Operación Traviata", de Ceferino Reato
Piden la reapertura de la causa Rucci (Traducir Argentina)
Informe especial: El Peronismo
10/12/2007
www.solesdigital.com.ar
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